22 de junio de 2022
Cuando se está frente a una persona que nos favorece con su confianza en terapia, es tranquilizante recordar que tenemos elementos fiosóficos y psicológicos para responder a la situación que se nos presenta. Es muy importante formar un enfoque que te permitirá observar, comprender e interpretar al ser humano que tienes frente a ti. Gestalt es un enfoque humanista y existencialista que se apoya en la fenomenología y la hermenéutica. ¡Confía en tu formación cuando no sepas cómo responder en terapia!
MIS ANCLAS SALVADORAS
Siempre recuerdo frases aisladas como piezas de rompecabezas que escuché de todos los que han sido mis maestros en esta profesión que ejerzo con orgullo y dignidad, y con la mayor seriedad que puedo. Frases como “toda la teoría que sabes está en tu caja de herramientas, no tienes la necesidad de aprender nada de memoria”, “el contacto es lo que sana”, “sopesa entre las figuras que emergen durante la sesión, elige la que parece más importante y comienza con ella”, “tú tienes un estilo terapéutico único porque tú eres única”, y muchos fragmentos inconexos que han ido tomando forma a lo largo de estos años.
La necesidad de contacto
Hoy yo enseño y formo terapeutas Gestalt y lo hago repitiendo lo que me fue obsequiado y agrego lo que he ido comprendiendo como proceso propio. La figura de la Señora de tez pálida no era la depresión, no era la incomprensión de las hijas, no era su miedo… su figura era la necesidad de contacto. Lo entendí años después y no lo olvido.
La importancia de un enfoque
Un enfoque salva al psicólogo de aplicar solo teorías a problemas que no se pueden atrapar en moldes. La visión humanista | existencialista | Gestalt, encierra en sí mismo el camino, por lo menos en los sesenta minutos en que dos seres humanos unen sus formas de ser-en-el-mundo.
El enfoque filosófico se convierte en el ancla que se arroja al mar de confusión, miedo, incertidumbre en cada sesión. Es el instrumento que impide que la marea se lleve la barca de cualquier terapeuta.
Recordar que atenerse a los preceptos del humanismo permite mirar al Otro bajo un crisol liberador y profundamente respetuoso y mantiene presentes los límites del terapeuta que, más seguido de lo deseable, cree que tiene la responsabilidad de lo que le pase o no al paciente.
El humanismo y el existencialismo sostienen que cada persona sabe más de sí misma que nadie; es responsable de sus actos y las consecuencias que viva serán parte de su experiencia (el terapeuta es solo un invitado y no quien puede definir el rumbo); todos tenemos el derecho al éxito y al fracaso, a comprender que la vida es un constante aprendizaje, un descubrimiento en el que se escribe y se borra, se teje y se desteje.
El terapeuta toma de la mano al que experimenta sin ser un “arreglador” de situaciones adversas. Que la tendencia a la realización y a la mejora del ser, en vida y actos, les permite a todos ir a la búsqueda de un sentido, y también cansarse de tanta búsqueda y poder detenerse a descansar, y está bien. Y elegir entre avanzar o quedarse sabiéndose respetado en ese derecho.
La segunda ancla que se arroja al fondo de la incertidumbre es el enfoque Gestalt que, como un tatuaje en el alma, recuerda que un terapeuta se debe convertir en cazador de figuras, figuras que vuelan como mariposas en migración y este espectáculo a veces obliga a permanecer quieto mirando la belleza de un ser siendo. Valorando el dolor y el gozo que se mueven en una balanza y le dan color a la vida y cómo se sienten, las personas gustan de aprender sobre sí mismos. Dolores amargos y gozos dulces de los que un terapeuta comparte al lado del paciente. No encima, no abajo, al lado.
Un ser humano frente a otro
Un terapeuta tiene el derecho y el deber de reconocerse frente al otro, lo que lo pondrá más de una vez frente a sus asuntos personales inconclusos, dolorosos y atemorizantes, y está bien. Un terapeuta se convierte con el tiempo en un conocedor genuino del derecho a equivocarse, del lenguaje asertivo para decir sin lastimar, para corregir si se dijo algo que lastimó al Otro, de guardar silencio sin el miedo a pasar por un torpe que no sabe qué decir, sino reconociendo en el Otro la necesidad de no agregar ruido a sus sentipensares. Es dejarse llevar del yo al tú y formar en este vaivén la “nosotridad”, que es más que un nosotros. Importa tanto lo que el terapeuta experimenta como lo que el paciente relata, pero lo que trasciende es lo que ocurre en el encuentro. El aprendizaje no lo posee uno ni otro, ahí mismo se ve surgir un nuevo fenómeno: el tú y el yo implicados.
En una frase, ser terapeuta es un camino al autodescubrimiento, y esto no va incluido en el pago por la sesión de una hora por semana… esto va gratis del paciente para nosotros, terapeutas.
Un terapeuta es una persona valiente que aprende a despojarse de sus máscaras cuando es pertinente, se deja ver sin miedo al qué dirán, permite que el Otro conozca su humanidad, con todo lo que esto conlleva: errores, imperfecciones, dolencias, proyecciones. La profesión de la psicoterapia es un camino de ida y vuelta, de crecimiento mutuo entre dos seres humanos que se unen en esto mismo, su humanidad.
REFERENCIAS:
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